Cuando el sol empezó a caer sobre los cerros de Huimilpan, las calles se llenaron de tonos naranjas, morados y dorados. No era el atardecer, sino el desfile: una procesión viva donde la memoria caminaba al ritmo de tambores y guitarras.
El presidente municipal encabezó el recorrido junto a la presidenta del DIF, el senador Agustín Dorantes Lámbarri y Laura Dorantes, entre un público que aplaudía y lanzaba pétalos de cempasúchil. Los carros alegóricos pasaban decorados con papel picado y velas encendidas, mientras las catrinas desfilaban altivas, elegantes, como si la muerte misma hubiera decidido celebrar con los vivos.
El concurso de carros y catrinas fue apenas una excusa para mostrar la creatividad de un pueblo que, año con año, reafirma su amor por las tradiciones. En el Jardín Principal, las familias se reunieron para seguir la fiesta entre música, risas y olor a copal.
El alcalde tomó el micrófono con sencillez: “Estas celebraciones nos unen como familias, como vecinos y como huimilpenses orgullosos de nuestras raíces”, dijo, mientras los aplausos mezclaban gratitud y orgullo.
El desfile terminó, pero el eco de las calaveras danzantes permaneció. En Huimilpan, la muerte no asusta: se honra, se baila, se comparte. Porque aquí, cada Día de Muertos es también una celebración de la vida que persiste en la memoria colectiva.


